Los elementos contaminantes
directamente relacionados con el consumo energético afectan sobre
todo, aunque no sólo, a la atmósfera.
La materia vegetal al quemarse
produce anhídrido carbónico (CO2) y agua (H2O),
compuestos que forman parte de la atmósfera en ciertas proporciones.
Los constantes ciclos a que están sometidos estos componentes les
permiten volver a pasar a la materia vegetal en el proceso de crecimiento
de las plantas, en un ir y venir incesante, mientras que la composición
de la atmósfera se mantiene dentro de valores constantes.
Los combustibles fósiles, sin
embargo, liberan grandes cantidades de CO2, que estaban
retiradas de la dinámica de la biosfera, contribuyendo a elevar
la proporción de este gas en al atmósfera. Una de las consecuencias
del incremento de CO2 es el llamado efecto invernadero
(calentamiento por retención de la radiación solar reflejada). Los
combustibles fósiles, además, producen óxidos de azufre, carbono
y nitrógeno (SO2, CO, NOx), partículas, hollines,
metales pesados, etc. que son elementos extraños a la atmósfera
y, por tanto, agentes contaminantes de la misma. Estos contaminantes
ocasionan problemas ambientales tan graves como las lluvias ácidas
o el deterioro de la capa de ozono, además de contribuir al efecto
invernadero.
Por ello, el uso de energía
no puede ser analizado sólo desde el punto de vista de sus ventajas
para el desarrollo económico inmediato, sino desde un enfoque integrado
que tome en consideración sus efectos secundarios perjudiciales
para el planeta y la sociedad.
|