Fuente: Madrid/Geoscopio.
Las observaciones realizadas por satélites norteamericanos parecen confirmar que el agujero de ozono que se ha formado este año ha llegado a su máximo, habiendo registrado valores muy similares a los de años pasados. Sin embargo, científicos neozelandeses han declarado que, de acuerdo a sus medidas, el tamaño del agujero había sido superior al de otros años.
Durante los últimos años la destrucción de ozono que todas las primaveras australes, otoño en nuestras latitudes, tiene lugar sobre la Antártida, ha sido muy parecida, según parece concluirse de las observaciones realizadas por satélites norteamericanos.
"Estos datos son coherentes con el hecho de que las concentraciones en la atmósfera de compuestos de cloro y bromo, que causan la destrucción del ozono, han alcanzado su valor máximo durante estos años, habiendo comenzado ya su disminución" ha declarado Samuel Oltsmnas, científico de una de las Agencias norteamericanas involucradas en las investigaciones del ozono.
Todos los años, al llegar la primavera a la Antártida, la llegada de radiación solar comienza a producir una serie de reacciones químicas sobre estos compuestos de cloro y bromo, que inician la destrucción del ozono, llegando a hacerlo desaparecer entre los 15 y los 20 kilómetros de altura. Esta situación se mantiene durante unos dos meses hasta que la llegada de ozono de otras latitudes restituye el equilibrio.
En un futuro inmediato, todos los especialistas coinciden en que la concentración de estos gases disminuirá, como consecuencia de las medidas para su eliminación acordadas por la ONU, y las destrucciones de ozono antárticas serán cada vez menores, aunque sujetas a ciertas oscilaciones causadas por variables puramente meteorológicas. Se espera que en unos 30 a 50 años el agujero de ozono llegue a desaparecer.
La extensión sobre la que se extiende el agujero de ozono es una medida, aceptada por la comunidad científica, de su intensidad. Así, de acuerdo con los datos de los satélites, el agujero de ozono de los tres últimos años ha sido muy similar, abarcando una superficie de unos 26 millones de kilómetros cuadrados, el equivalente a 50 veces la superficie de España.
Los compuestos de cloro y bromo llegan a la atmósfera procedentes de los CFC, que durante décadas se utilizaron masivamente en sprays y equipos de refrigeración fueron prohibidos por el Protocolo de Montreal, aunque existe un preocupante producción y tráfico clandestino de estas sustancias.
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